miércoles, 5 de enero de 2011

Bajo el sol jaguar (III)

"En una palabra, todo ha sido previsto para evitarte cualquier desplazamiento. Si te movieras no tendrías nada que ganar, y todo que perder. Si te levantas, si te alejas aunque sólo sea unos pocos pasos, si piertedes de vista el trono aunque sólo sea un instante ¿quien te garantiza que cuando vuelvas no te encontrarás a otro sentado en él? Tal vez alguien que se te parece, igualito, idéntico. ¡Y vete a desmostrar que el rey eres tú y no él! Un rey se distingue por el hecho de que está sentado en el trono, de que tiene la corona y el cetro. Ahora que estos atributos son tuyos, es mejor que no te separes de ellos ni un minuto.
Está el problema de desentumecerte las piernas, de evitar el hormigueo, la rigidez de las articulaciones: es cierto, es un grave incoveniente. Pero siempre puedes dar un puntapié, levantar las rodillas, acuclillarte en el trono, sentarse a la turca, naturalmente por breves períodos, cuando las cuestiones de estado lo permiten. Todas las noches vienen los encargados de lavarte los pies y te quitan las botas durante un cuarto de hora; por la mañana los del servicio desodorante te frotan las axilas con motas de algodón perfumado.
Se ha previsto también la eventualidad de que te asalten deseos carnales. Damas de la corte, oportunamente escogidas y adiestradas, desde las más robustas hasta las más delgadas, están a tu disposición, por turno, para subir los peldaños del trono y ellas de frente o de espaldas o de costado, son diversas, y puedes despacharlas en unos instantes o, si las tareas del Reino te dejan bastante tiempo libre, puedes demorarte más, digamos hasta tres cuartos de hora; en este caso es una buena norma correr las cortinas del baldaquino, sustrayendo la intimidad del rey a las miradas extrañas, mientras los músicos entonan el camino de ronda con pisadas de suelas claveteadas, un golpeteo de melodías acariciadoras."

Bajo el sol jaguar
Italo Calvino

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