lunes, 27 de diciembre de 2010

PLUSCUAMPERFECTO DE FUTURO

Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemnto,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.

Carlos Marzal
La seda amarilla que él no elabora
¿podrá recorrerla?
Sus espirales sólo pueden desear
una concentración cremosa.
Su surco es su creación:
un poco de agua grabada.
En cualquier tiempo de su muerte
puede estar caminado,
como la seda que puede formar un mar
y envolver el gusano amarillo.
Así con sus ojos aplastados,
flechador de un recuerdo amarillo,
está trazando círculos de arena
al fulgor de la pirámide desvaída.
El deseo se muestra y ondula,
pero la mano tiene hojas de nieve.

José Lezama Lima

UN APETITO

Un apetito que se queda
en el desmesuramiento de la boca.
Un apetito en el sueño,
del tamaño de todo el cuerpo.
Un apetito que espera la lluvia
y el paso de las hormigas.
La boca infinitamente abierta
y una minúscula medida,
siguiendo la marcha por el desierto
en el sorprendido caracol.
Dos dedos, como dos pinzas,
ponen el caracol sobre la corteza de un árbol.
Allí incrustamos el viejo marfil
de la pulpa de la piña.

El caracol y el humor de la piña
empiezan a mezclarse con la sangre del arbol.
El caracol inundado por el líquido amarillo,
ya está ladeando su baba.
La esponaja, sin cansancio aparente,
hunde sus dedos en el amarillo lamprea
y lo resbala por la piedra del caracol.
La copa del árbol
se reduce a la noche del caracol.
Se incrusta también en el árbol
una hormiga dorada.

José Lezama Lima

domingo, 26 de diciembre de 2010

PARA QUE TU ME OIGAS

Para que tú me oigas,
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú me oigas como, quiero que me oigas.
.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejos súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
 Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas

SOY ANIMAL DE FONDO

"En el fondo del aire" (dije) "estoy"
(dije), "soy animal de fondo de aire" (sobre tierra),
ahora sobre mar; posado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.

Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz vez, venida de otro astro;
tú estaás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
de una proporción que es esta mía,
infinito hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo.

Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en tí.
Este pozo que era, solo y nada más ni menos, que el centro de
la tierra y de su vida.

Y tú eras el pozo mágico el destino
de todos los detinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.

Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo era tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo
en el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo de aire
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.

Juan Ramón Jiménez
"Soy animal de fondo"

TALES OF OLD JAPAN



"Fuimos invitados - siete representantes extranjeros- a acompañar a los testigos japoneses al hondo o sala principal del templo, donde iba a ser efectuada la ceremonia- Era un escenario imponente. Un gran salón de elevado techo sostenido por oscuros pilares de madera. Del cielo raso colgaba una gran variedad de enormes lámparas de oropel y ornamentos peculiares de los templos budistas. Frente al altar elevado, y sobre el piso, cubierto con bellas esteras blancas, y a una altura de ocho o diez centímentros del suelo, estaba tendida una alfombra de fieltro escarlata. Largas velas colocadas a intervalos regulares proyectaban una luz difusa y misteriosa estrictamente suficiente para permitir que fuesen vistos los procedimientos. Siete japoneses tomaron sus sitios a la izquierda del piso en alto, y siete extranjeros a la derecha. Eran los únicos.

"Después de un intervalo de unos cuantos minutos de intensa expectación, Taki Zenzaburo, hornbre fornido de treinta y dos años de edad, entró al salón. con un aire de nobleza, ataviado en traje de ceremonia, con las peculiares alas de tela de cáñamo usadas para las grandes ocasiones. Estaba acompañado por un kaishaku y tres oficiales, quienes vestían el jimbaori, o peto de guerra tejido de oro al frente. Hacemos notar que la palabra kaishaku no equivale al término verdugo. El título es el de un caballero; y en muchos casos es un cargo desempeñado por un familiar o amigo del condenado; y la relación entre ellos es más bien el de un principal y un segundo que el de víctima y verdugo. En este caso, el kaishaku era un discípulo de Taki Zenzaburo, y fue seleccionado por su habilidad en esgrima de entre los amigos de este último.

"Taki Zenzaburo avanzó lentamente con el kaishaku a su izquierda en dirección a los testigos japoneses; se inclinaron ante ellos y después se aproximaron a nosotros y nos saludaron en la misma forma, aunque quizá con mayor consideración; en cada caso, el saludo fue correspondido ceremoniosamente. El condenado ascendió con lentitud y gran dignidad al piso elevado, se postró dos veces ante el altar en alto y se sentó en la alfombra de fieltro con la espalda hacia el altar, y de rodillas a su izquierda el kaishaku. Entonces avanzó uno de los tres oficiales ayudantes, portando un atril de los empleados en el templo para hacer oblaciones. Sobre el atril estaba la wakizashi, la espada corta o daga de los japoneses de veinticuatro centímetros de longitud, con una punta y un filo tan cortantes como una navaja de afeitar. Postrándose, la entregó al condenado, quien la recibió con reverencia, levantándola hasta su cabeza con ambas manos, y poniéndola frente a él.

"Luego de otra reverencia profunda, Taki Zenzaburo, con una voz que reflejaba gran emoción y vacilación como era de esperarse en un hombre que hacía una dolorosa confesión; pero firme en su cara y su actitud, habló como sigue:

"Yo, y solamente yo, injustificadamente di la orden de disparar contra los extranjeros en Kobe y de nuevo lo hice cuando intentaban escapar. Por este crimen me desentraño y ruego a los presentes me hagáis el honor de presenciar el acto".

"El que habló dejó que sus ropas superiores se deslizaran hasta su faja, inclinándose una vez más, y quedó desnudo hasta la cintura. Con cuidado, según la costumbre, recogió sus mangas bajo sus rodillas para evitar caer hacia atrás; porque un caballero japonés noble debe morir cayendo hacia adelante. Tomó con mano firme y decidida la daga que estaba frente a él; la miró, pensativo, casi con afecto; pareció repasar por un momento sus pensamientos por última vez y luego se acuchilló profundamente abajo de la cintura, del lado izquierdo y llevó la daga con lentitud a su lado derecho y volviéndola hacia la herida, hizo un corte leve hacia arriba. Durante esta operación angustiosamente dolorosa no movió un solo musculo de su cara. Cuando extrajo la daga, se inclinó hacia adelante extendió el cuello y por primera vez cruzó por su cara una expresión de dolor, pero jamás emitio ningún lamento. En ese instante, el kaishaku, que había estado observando con atención cada uno de sus movimientos, de rodillas a su lado, se puso de pie de un salto y en un segundo levantó su sable en el aire; hubo un relámpago, un golpe feo, pesado, y una caída estrepitosa; la cabeza había sido separada del cuerpo de un solo golpe.

"Prosiguió un silencio de muerte, interrumpido sólo zor el horrible ruido de la sangre que salía a borbotones del bulto inerte frente a nosotros, que tan sólo un momento antes había sido un hombre valiente y caballeroso. Fue horrible.

"El kaishaku hizo una inclinación profunda, limpió su sable con una hoja de papel preparada para ese propósito, y se retiró del piso elevado; y la daga manchada de sangre fue retirada solemnemente, como prueba sangrienta de la ejecución.

"Entonces los dos representantes del Mikado abandonaron sus sitios y cruzaron hasta donde estábamos sentados los testigos extranjeros; nos pidió atestiguar que la sentencia de muerte de Taki Zenzaburo había sido cumplida fielmente, salimos del templo terminada la ceremonia".

viernes, 24 de diciembre de 2010

TEA - BAG

Regresar a Mankell una vez al año es reconfortante. Solía dejar sus novelas para el verano, cuando siempre da tiempo para leerle con tranquilidad y reflexionarlo, pero cuando uno está en racha de lectura, no debe de desaprovechar ninguna oportunidad.
Esta vez narra  la relación entre un escritor de poesía y un editor que le propone escribir novelas policíacas que son sinónimo de éxito de ventas.
Jesper Humlin es un célebre poeta sueco. Su vida personal no es tan exitosa como su carrera: riñas con su pareja, envidia de sus colegas y apremios de sus editores. Sumido en el desasosiego de la sociedad de la abundancia, Humlin conserva su dignidad al rechazar la propuesta de un editor que le solicita que escriba novelas policíacas ya que son más rentables que los libros de poesía.
A partir de la negativa, Humlin conoce a una joven inmigrante africana quien trae consigo una historia de huida que terminará de redimir al poeta: Humlin no puede mantenerse ajeno ante el atroz periplo al que Tea-bag (así se llama esta mujer) ha debido someterse en búsqueda de un futuro mejor.

EL INFINITO VIAJAR

"El viaje en el espacio es a la vez un viaje en el tiempo y contra el tiempo. La complejidad estratificada y condensada de un lugar emerge a veces con violencia, como semillas que rompieran la vaina. Nosotros somos tiempo cuajado, dijo en cierta ocasión Marisa Mdieri. Y no sólo cada individuo, también cada lugar es tiempo cuajado, tiempo múltiple. Un lugar no es sólo su presente, sino también ese laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituye; así como pliegues, arrugas, expresiones excavadas por la felicidad o por la melancolía, no sólo marcan un rostro sino que son el rostro de esa persona, que nunca tiene sólo la edad o el estado de ánimo de aquel momento, sino el conjunto de todas las edades y todos los estados de ánimo de su vida. Paisaje como rostro, el hompre en el paisaje como la ola en el mar.  El paisaje es estratificación de tierra y de historia. No es sólo naturaleza y arquitectura, golfos, bosques y casas, senderos de hierba y de piedra; es también y sobre todo sociedad, personas, gestos, costumbres, prejuicios, pasiones, alimento, banderas, fes. El bosque del viandante moderno es la ciudad con sus desiertos y sus oasis, su coro y su soledad, sus rascacielos o sus mesones de las afueras, sus calles rectilíneas en fuga hcia el infinito. Acaso el transeúnte conlos ojos y los sentidos abiertos sea el viajero más auténtico; su mirada penetra y deshace el escenario urbano como una insurrección, como le sucede a la sacramental y estragada Milán de Luca Doninelli en su poderoso Crollo delle aspetative. Paisaje es pasaje; es además andadura, como un estilo de la escrtura. Cada cual atraviesa un lugar con un ritmo particular. Unos van deprisa, otros remolonean. Una ciudad se recorre de mil maneras: escrutadora, lenta, sincopada, apresurada, distraída, sintética, analítica, dispersiva."
Claudio Magris

jueves, 23 de diciembre de 2010

EL RETRATO DE SHUNKIN

"Hoy un ruiseñor que cante bien puede costar hasta diez mil yenes, y sin duda ocurría los mismo en la época de Shunkin. Desde entonces el gusto de los aficionados parece haber variado un tanto, pero lo normal es que los ruiseñores de mayor precio sean aquellos que, aparte de su llamada natural, hohokekyo, sepan hacer tanto la "llamada de vuelo por el valle", kekkyo-kekkyo, como las "notas altas" o hokiibekakon. Los ruiseñores salvajes no saben producir esas dos melodías. A lo sumo lograrán un desagradable hokiibecha; para ser capces de dar esa nota hechicera, prolongada y campanil del kon necesitan un adiestramiento intensivo. Hay que capturar a los polluelos antes de que les nazcan las plumas de la cola, y seguidamente adeiestrarlos con otro ruiseñor, un "pájaro maestro". Si ya les ha crecido la cola habrán aprendido las llamadas nada melodiosas de sus padres y no habrá nada que hacer".

martes, 21 de diciembre de 2010

EL HORIZONTE

"Tales fragmentos de recuerdos correspondían a esos años en que las encrucijadas nos salpican la vida y se nos abren tantas veredas que nos vemos en dificultades para decidirnos por una u otra. Las palabras con que llenaba la liberta le recordaban el artículo acerca de la "materia oscura" que había enviado a una revista de astronomía. Tras los acontecimientos concretos y los rostros familiares, era muy consciente de todo cuanto se había convertido en materia oscura: breves escuentros, citas fallidas, cartas perdidas, nombres y números de teléfono que aparecen en una agenda antigua y hemos olvidado, e incluso las personas con quienes nos cruzamos sin darnos cuenta siquiera. Igual que en astronomía, esa materia oscura era más dilatada que la parte visible de la vida de uno. Era infinita. Y él escribía en la libreta el repertorio de unos cuantos destellos en lo hondo de aquella oscuridad. Unos destellos tan débieles que cerraba los ojos y se concentraba, buscando un detalle evocador que le permitiese reconstruir el conjunto, pero no había conjunto, sólo fragmentos, partículas de polvo de estrella. Le habría gustado sumergirse en esa materia oscura, empalmar uno a uno los hilos rotos, sí, ir hacia atrás para sujetar las sombras y saber más acerca de ellas. Imposible. Así que ya sólo le quedaba volver a dar con los apellidos. O incluso con los nombres. Hacían las veces de imanes. Traían a la superficie impresiones confusas que constaba ver con claridad. ¿Pertenecían al sueño o a la realidad?"
El horizonte
Patrick Modiano

domingo, 19 de diciembre de 2010

MISHIMA CUAL ÍCARO

"Durante años había relegado el olvido la palabra "partida", como un mago trataría de olvidar a propósito un maleficio fatal. El despegue del F104 sería decisivo. Esa cota de los 10.000 metros que los viejos cazas Zero alcanzaban en quince minutos sería alcanzada ahora en apenas dos minutos. La g positiva se dejaría notar en mi cuerpo; mis órganos vitales no tardarían en ser machacados por una mano de hierro y mi sangre se volvería pesada como polvo de oro. La alquimia de mi cuerpo estaba a punto de empezar.
Enhiesto falo de plata, el F104 apuntó al cielo en ángulo recto. Solitario, como un espermatozoide, yo iba instalado dentro. Pronto iba a saber cómo se sentía el espermatozoide en el momento de la eyaculación.
Las más lejanas, las más externas, las más periféricas sensaciones del tiempo en que vivimos están ligadas a g, el concomitante inapelable del vuelo espacial. Casi con toda certeza, los extremos más remotos de las sensaciones cotidianas tienen que ver con g. Vivimos en una época en la que lo esencial de lo que antes llamábamos "psique" se reduce a g. Todo amor y todo odio que de alguna manera no anticipen la g no pueden tenerse por válidos.
g es la fuerza física compulsiva de lo divino; y sin embargo comporta una embriaguez que está en el extremo opuesto de la embriaguez, un límite intelectual que está situado en el extremo opuesto al límite exterior del intelecto.
El f104 despegó; su morro fue empinándose, cada vez más. Apenas me había dado cuenta, ya estábamos penetrando en las nubes más cercanas.
Quince mil pies, veinte mil. Las agujas del altímetro y del velocímetro danzaban como pequeños ratones blancos. Mach 0,9: casi la velocidad del sonido.
Por fin llegó g. pero lo hizo con tal suavidad que fue más agradable que doloroso. Por un momento noté el pecho vacío, como si lo hubiera atravesado un alud sin dejar nada a su paso. Mi campo visual quedó monopolizado por el cielo, azul con un ligero toque gris. Era como darle un buen mordisco al cielo y tener que deglutir un pedazo. Mi mente estaba tan alerta como siempre. Todo era majestuso, y la superficie del cielo azul aparecía salpicada del espermático blanco de las nubes. Puesto que no estaba dormido, decir que desperté sería erróneo. Lo que experimenté fue más bien un "despabilacimiento", como si hubieran arrancado bruscamente otra capa a mi estado de vigilia, dejando mi espíritu indemne, no mancillado aún por mi contacto. A la pródiga luz que entraba por el parabrisas, apreté los dientes contra el júbilo desnudo. Mis labios, no me cabe duda, se estiraban en un gesto de dolor (...) El tubo de plata que flotaba en el cielo era, por así decir, mi cerebro, y su inmovilidad el modo de mi espíritu. El cerebro no estaba ya protegido por heusos inflexible, sino que se había vuelto permeable, como una esponja que flotara en el agua. El mundo interior y exterior se habían invadido mutametne, habían devenido completametne intercambiable. Este reino de nubes, mar y sol poniente era el panorama majestuoso, como jamás había visto, de mi mundo interior. Y al mismo tiempo, todo cuanto ocurría dentro de mí se había escurrido de los grilletes de la mente y el sentimiento, convirtiéndose en grandes letras grabadas de manera espontánea en el firmamento."
El sol y el acero
Mishima

ICARO - YUKIO MISHIMA

¿Será, entonces, que pertenezco a los cielos?
¿Por qué, si no, persistirían los cielos
en clavar en mí su azul mirada,
instándome, y a mi mente, a subir
cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste,
tierando de mí sin cesar hacia unas alturas
muy por encima de los humanos?
¿Por qué, cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio
y se ha calculdado el vuelo hasta sus últimos detalles
de manera a eliminar todo elemento aberrante:
por qué, con todo, este afán de remontarse
ha de parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura?

Nada hay que pueda satisfacerme;
toda novedad terrena pierde en seguida su encanto;
me siento atraído hacia arriba sin cesar, más inestable,
cada vez más cerca de la refulgencia del sol.
¿Por qué me abrasan, estos rayos de razón,
por qué me destruyen estos rayos?
Pueblos y sinuosos ríos allá abajo
me parecen tolerables a medida que aumenta la distancia.
¿Por qué suplican, consienten, me tientan
con la promesa de que puedo amar lo humano
viéndolo únicamente, así, a lo lejos
aunque la meta nunca puedo ser el amor,
ni, de haberlo sido, podría yo haber
pertenecido jamás a los cielos?

No he envidiado al ave su libertad,
ni anhelado nunca la comodidad de la naturaleza,
impulsado no por otra cosa que por el extraño anhelo
de subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme
en el profundo azul del cielo, tan opuesto
a toda alegría de los órganos, tan alejado
de los placeres de la superioridad,
pero siempre hacia arriba,
aturdido, tal vez, por la vertiginosa incandescencia
de unas alas de cera.

¿O es que yo,
al fin y al cabo, pertenezco a la tierra?
¿Por qué, si no, habría de darse la tierra
tanta prisa en abarcar mi caída?
Sin conceder espacio para pensar o sentir,
¿por qué la blanda, indolente tierra
me saludaba con una sacudida de chapa de acero?
La tierra blanda ¿se habrá vuelto de acero
sólo para hecerme ver mi propia blandura?,
¿para qué la naturaleza pueda hacerme comprender
que caer -no volar- está en el orden de las cosas,
algo mucho más natural que esa pasión imponderable?
El azul del cielo ¿será un sueño y nada más?
¿Era un invento de la tierra a que yo pertenecía,
por causa de la provisoria, candente embriaguez
alcanzada brevemente por unas alas de cera?
¿Instigaron los cielos ese plan de castigarme
por no creer en mí mismo
o por creer demasiado;
ansioso de saber a quién debía yo lealtad
o suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo;
por querer volar
hacia lo desconocido
o lo conocido;
ambos una misma mota, azul, de idea?

Último fragmento de " El sol y el acero"
Yukio Mishima

miércoles, 15 de diciembre de 2010

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA (III)

"Muchos años más tarde, una imagen del período de nuestra reeducación sigue grabada en mi memoria con excepcional precisión: ante la impasible mirada de cuervo de pico rojo, Luo, con un cuévano a la espalda, avanzaba a cuatro patas por un pasaje de unos treinta centímetros de ancho flanqueado a cada lado por un profundo precipicio. En su anodino cuévano de bambú, sucio pero sólido, había escondido un libro de Balzac, Papá Goriot, cuyo título en chino era El viejo Go; iba a leérselo a la sastrecilla, que todavía era sólo una montañesa, hermosa pero inculta.
Durante todo el mes de septiembre, tras el éxito de nuestro robo, fuimos tentados, invadidos, conquistados por el mundo exterior, sobre todo el de la mujer, el del amor, el del sexo, que los escritores occidentales nos revelaban día tras día, página tras página, libro tras libro. El Cuatrojos no sólo se había marchado sin atreverse a denunciarnos sino que, por fortuna, el jefe de nuestra aldea había ido a la ciudad de Yong Jing para asistir a un congreso de los comunistas del distrito. Aprovechando estas vacaciones del poder político y la discretaa anarquía que reinaba momentáneamente en la aldea, nos negamos a ir a trabajar a los campos, algo que a los aldeanos, ex-cultivadores de opio reconvertidos en custodios de nuestras almas, les importó un primiento. Me pasaba así los días, la puerta más herméticamente cerrada que nunca, con las novelas occidentales. Dejaba de lado los Balzac, pasión exclusiva de Luo, y me enamoraba sucesivamente, con la frivolidad y la seriedad de mis diecinueve años, de Flaubert, de Gógol, de Meville e, incluso, de Romain Rolland."

lunes, 13 de diciembre de 2010

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA - CAPITULO 1

"El jefe del pueblo, un hombre de cincuenta años, estaba sentado con las piernas cruzadas en medio de la estancia, cerca del carbón que ardía en un hogar excavado en la propia tierra; ardía en un hogar excavado en la propia tierra; inspeccionaba mi violín. En el equipaje de los dos "muchachos de ciudad" que éramos para él Luo y yo, era el único objeto del que parecía emanar cierto sabor extranjero, un olor a civilización capaz de despertar las sospechas de los aldeanos.
Un campesino se acercó con una lámpara de petróleo para facilitar la identificación del objeto. El jefe levantó verticalmente el violín y examinó las negras efes de la caja, como un aduanero minucioso que buscara droga. Advertí tres gotas de sangre en su ojo izquierdo, una grande y dos pequeñas, todas del mismo color rojo vivo.
Luego, alzó el instrumento a la altura de sus ojos y lo sacudió con frenesí, como si aguardara que algo cayese del oscuro fondo de la caja de resonancia. Tuve la impresión de que las cuerdas iban a romperse de pronto y los puentes, a saltar en pedazos.
Casi toda la aldea estaba allí, bajo el tejado de aquella casa sobre pilotes perdida en la cima de la montaña. Hombres, mujeres y niños rebullían en su interior, se agarraban a las ventanas, se apretujaban ante la puerta. Como nada caía del instrumento, el jefe aproximó la nariz al agujero negro y lo olisqueó un buen rato. Varios pelos gruesos, largos y sucios que sobresalían del orificio izquierdo comenzaron a temblequear. Y seguían sin aparecer nuevos indicios.
Hizo correr sus callosos dedos por una cuerda, luego por otra ... La resonancia de un sondio desconocido dejó petrificada, de inmediato, a la multitud, como si aquella vibración la forzara a una actitud casi respetuosa.
-Es un juguete- dijo el jefe con solemnidad.
El veredicto nos dejó, a Luo y a mí, mudos. Intercambiamos una mirada furtiva, aunque inquieta. Me pregunté cómo iba a acabar aquello.
Un campesino tomó el "juguete" de las manos del jefe, martilleó con el puño el dorso de la caja y luego lo pasó a otro. Durante un rato, mi violín circuló entre la multitud. Nadie se ocupaba de nosostros, los dos muchachos de ciudad, frágiles, delgados, fatigados y ridículos. Habíamos caminado todo el día por la montaña y nuestras ropas, nuestros rostros y nuestros cabellos estaban cubiertos de barro. Parecíamos dos soldaditos reaccionarios de una película de propaganda, capturados por una horada de campesinos comunistas tras una batalla perdida.
-Un juguete de imbéciles- dijo una mujer con voz ronca.
-No- rectificó el jefe-, un juguete burgués llegado de la ciudad.
Me invadió el frío pese a la gran hoguera en el centro de la estancia. Escuche al jefe añadir:
-¡Hay que quemarlo!
La orden provocó de inmediato una viva reacción de la muchedumbre. Todo el mundo hablaba, gritaba, se empujaba: cada cual intentaba apoderarse del "juguete", para tener el placer de arrojarlo al fuego con sus propias manos.
-Jefe, es un instrumento de música - explicó Luo con aire desenvuelto- Mi amigo es un buen músico. No bromeo.
El jefe cogió el violín y lo inspeccionó de nuevo. Luego me lo tendió:
- Lo siento, jefe -dije molesto-, no toco muy bien.
De pronto, vi a Luo guiñándome un ojo. Extrañado, tomé el violín y comencé a afinarlo.
-Escuchará usted una sonata de Mozart, jefe -anunció Luo, tan tranquilo como antes.
Pasmado, creí que se había vuelto loco: desde hacía unos años, todas las obras de Mozart o de cualquier músico occidental estaban prohibidas en nuestro país. En los zapatos empapados, mis pies mojados estaban helados. Temblaba  del frío que me invadía de nuevo.
-¿Qué es una sonata? - preguntó el jefe, desconfiado.
-No sé  -comencé a farfullar-. Es algo occidental.
-¿Una canción?
-Más o menos -respondí, evasivo.
Inmediatamente, una alarmada expresión de buen comunista reapareció en la mirada del jefe, y su voz se volvió hostil:
-¿Cómo se llama tu canción?
-Parece una canción, pero es una sonata.
-¡Te pregunto su nombre! -gritó, mirándome directamente a los ojos.
Las tres gotas de sangre de su ojo izquierdo me dieron miedo.
-Mozart ... -vacilé.
-¿Mozart qué?
-Mozart piensa en el presidente Mao -prosiguió Luo en mi lugar.
¡Qué audacia! pero fue eficaz: como si hubiera oído algo milagroso, el rostro amenazador del jefe se suavízó. Sus ojos se fruncieron con una amplia sonrisa de beatitud.
-Mozart siempre piensa en Mao - dijo.
-Sí, siempre -confirmó Luo.
Cuando tensé las crines de mi arco, unos cálidos aplausos resonaron de pronto a mi alrededor, y casi me intimidaron. Mis dedos entumecidos comenzaron a recorrer las cuerdas, y las notas de Mozart volvieron a mi memoria, como amigas fieles. Los rostros de los campesinos, tan duros hacía un momento, se ablandaron minuto a minuto ante el límpido gozo de Mozar, como el suelo seco bajo la lluvia; luego, a la luz danzarina de la lámpara de petróleo, fueron borrándose poco a poco sus contornos.
Toqué un buen rato mientras Luo encendía un cigarrillo y fumaba tranquilamente, com un hombre.
Fue nuestra primera jornada de reeducación. Luo tenía dieciocho años y yo, diecisiete.
Balzac y la joven costurera china
Dai Sijie

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA (II)

"¿De qué me acuerdo? ¿De si ella nada bien? Sí, a las mil maravillas, ahora nada como un delfín. ¿Antes? No, nadaba como los campesinos, sólo con los brazos, nada de piernas. Antes de que la iniciara a la braza, no sabía extender los brazos, nadaba como los perros. Pero tiene un cuerpo de verdadera nadadora. Yo sólo le enseñé dos o tres cosas. Ahora sabe nadar, incluso el estilo mariposa; sus riñones ondulan, su torso emerge del agua en una curva aerodinámica y perfeccionada, sus brazos se abren y sus piernas azotan el agua como la cola de un delfín.
Lo que descubrió sola fueron los saltos peligrosos. A mí me horroriza la altura, por lo tanto nunca me he atrevido a darlos. En nuestro paraíso acuático, una especie de poza completamente aislada, de agua muy profunda, cada vez que trepa a lo alto de un pico vertiginoso para saltar me quedo abajo y la miro desde un plano contrapicado casi vertical, pero me da vueltas la cabeza y mis ojos confunden el pico con los grandes ginkgos que se recortan por destrás, como en una sombra chinesca. Se vuelve muy pequeña, como una fruta pendiente de la copa de un árbol. Me grita cosas, pero es una fruta que susurra. Un ruido lejano, apenas perceptible debido al agua que cae sobre las piedras. De pronto, la fruta cae flotando en el aire, vuela atravesando el viento, en mi dirección. Por fin se convierte en una flecha de purpurina, ahusada, que se zambulle de cabeza en el agua sin mucho ruido ni salpicaduras.
         Antes de que lo encerraran, mi padre solía decir que no era posible enseñar bailar a alguien. Tenía razón; lo mismo ocurre con las zambullidas o con escribir poemas: debes descubrirlo solo. Hay gente que por mucho que se la aleccione durante toda la vida, siempre parecerá una piedra cuando se arroje al aire, nunca podrá hacer una caída como la de un fruto que emprende el vuelo."

Dai Sijie

domingo, 12 de diciembre de 2010

C’est alors qu’apparut le renard.
– Bonjour, dit le renard.
– Bonjour, répondit poliment le petit prince, qui se retourna
mais ne vit rien.
– Je suis là, dit la voix, sous le pommier.
– Qui es-tu ? dit le petit prince. Tu es bien joli…
– Je suis un renard, dit le renard.
– Viens jouer avec moi, lui proposa le petit prince. Je suis
tellement triste…
– Je ne puis pas jouer avec toi, dit le renard. Je ne suis pas
– Je commence à comprendre, dit le petit prince. Il y a une
Mais le renard revint à son idée :
– Ma vie est monotone. Je chasse les poules, les hommes
me chassent. Toutes les poules se ressemblent, et tous les
hommes se ressemblent. Je m’ennuie donc un peu. Mais, si tu
m’apprivoises, ma vie sera comme ensoleillée. Je connaîtrai un
bruit de pas qui sera différent de tous les autres. Les autres pas
me font rentrer sous terre. Le tien m’appellera hors du terrier,
comme une musique. Et puis regarde ! Tu vois, là-bas, les
champs de blé ? Je ne mange pas de pain. Le blé pour moi est
inutile. Les champs de blé ne me rappellent rien. Et ça, c’est
triste ! Mais tu as des cheveux couleur d’or. Alors ce sera merveilleux
quand tu m’auras apprivoisé ! Le blé, qui est doré, me
fera souvenir de toi. Et j’aimerai le bruit du vent dans le blé…
Le renard se tut et regarda longtemps le petit prince :
– S’il te plaît… apprivoise-moi ! dit-il.
– Je veux bien, répondit le petit prince, mais je n’ai pas
beaucoup de temps. J’ai des amis à découvrir et beaucoup de
choses à connaître.
– On ne connaît que les choses que l’on apprivoise, dit le
renard. Les hommes n’ont plus le temps de rien connaître. Ils
achètent des choses toutes faites chez les marchands. Mais
comme il n’existe point de marchands d’amis, les hommes n’ont
plus d’amis. Si tu veux un ami, apprivoise-moi !
– Que faut-il faire ? dit le petit prince.
– Il faut être très patient, répondit le renard. Tu t’assoiras
d’abord un peu loin de moi, comme ça, dans l’herbe. Je te regarderai
du coin de l’oeil et tu ne diras rien. Le langage est
source de malentendus. Mais, chaque jour, tu pourras t’asseoir
un peu plus près…
Le lendemain revint le petit prince.
jeudi est jour merveilleux ! Je vais me promener jusqu’à la
vigne. Si les chasseurs dansaient n’importe quand, les jours se
ressembleraient tous, et je n’aurais point de vacances.
Ainsi le petit prince apprivoisa le renard. Et quand l’heure
du départ fut proche :
– Ah ! dit le renard… Je pleurerai.
– C’est ta faute, dit le petit prince, je ne te souhaitais point
de mal, mais tu as voulu que je t’apprivoise…
– Bien sûr, dit le renard.
– Mais tu vas pleurer ! dit le petit prince.
– Bien sûr, dit le renard.
– Alors tu n’y gagnes rien !
– J’y gagne, dit le renard, à cause de la couleur du blé.
Puis il ajouta :
– Va revoir les roses. Tu comprendras que la tienne est
unique au monde. Tu reviendras me dire adieu, et je te ferai cadeau
d’un secret.
Le petit prince s’en fut revoir les roses.
– Vous n’êtes pas du tout semblables à ma rose, vous n’êtes
rien encore, leur dit-il. Personne ne vous a apprivoisées et vous
n’avez apprivoisé personne. Vous êtes comme était mon renard.
Ce n’était qu’un renard semblable à cent mille autres. Mais j’en
ai fait mon ami, et il est maintenant unique au monde
– Il eût mieux valu revenir à la même heure, dit le renard.
Si tu viens, par exemple, à quatre heures de l’après-midi, dès
trois heures je commencerai d’être heureux. Plus l’heure avancera,
plus je me sentirai heureux. À quatre heures, déjà, je
m’agiterai et m’inquiéterai ; je découvrirai le prix du bonheur !
Mais si tu viens n’importe quand, je ne saurai jamais à quelle
heure m’habiller le coeur… Il faut des rites.
– Qu’est-ce qu’un rite ? dit le petit prince.
– C’est aussi quelque chose de trop oublié, dit le renard.
C’est ce qui fait qu’un jour est différent des autres jours, une
heure, des autres heures. Il y a un rite, par exemple, chez mes
chasseurs. Ils dansent le jeudi avec les filles du village. Alors le
fleur… je crois qu’elle m’a apprivoisé…
– C’est possible, dit le renard. On voit sur la Terre toutes
sortes de choses…
– Oh ! ce n’est pas sur la Terre, dit le petit prince.
Le renard parut très intrigué :
– Sur une autre planète ?
– Oui.
– Il y a des chasseurs, sur cette planète-là ?
– Non.
– Ça, c’est intéressant ! Et des poules ?
– Non.
– Rien n’est parfait, soupira le renard.
apprivoisé.
– Ah ! pardon, fit le petit prince.
Mais, après réflexion, il ajouta :
– Qu’est-ce que signifie « apprivoiser » ?
– Tu n’es pas d’ici, dit le renard, que cherches-tu ?
– Je cherche les hommes, dit le petit prince. Qu’est-ce que
signifie « apprivoiser » ?
– Les hommes, dit le renard, ils ont des fusils et ils chassent.
C’est bien gênant ! Ils élèvent aussi des poules. C’est leur
seul intérêt. Tu cherches des poules ?
– Non, dit le petit prince. Je cherche des amis. Qu’est-ce
que signifie « apprivoiser » ?
– C’est une chose trop oubliée, dit le renard. Ça signifie
« créer des liens… »
– Créer des liens ?
– Bien sûr, dit le renard. Tu n’es encore pour moi qu’un petit
garçon tout semblable à cent mille petits garçons. Et je n’ai
pas besoin de toi. Et tu n’as pas besoin de moi non plus. Je ne
suis pour toi qu’un renard semblable à cent mille renards. Mais,
si tu m’apprivoises, nous aurons besoin l’un de l’autre. Tu seras
pour moi unique au monde. Je serai pour toi unique au
monde…
Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado. Pero después de una breve reflexión,
añadió:
-¿Qué significa “domesticar”?
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa “crear lazos...”
-¿Crear lazos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes.
Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo.
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado.
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. El zorro se calló y miró un buen rato al principito: -Por favor...domestícame -le dijo.-
Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-….
Cuando se fue acercando el día de la partida:
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique.
-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas…porque es mi rosa, en fin.

EL LIBRO DE LA ALMOHADA

"Una vez un hombre, que siempre me mandaba una carta después de pasar la noche conmigo, declaró que nuestra relación no tenía sentido y que no tenía nada más que decirme. Nada supe de él al día siguiente. "Cuando asomó el alba" (poema antiguo) sin la acostumbrada carta de la mañana no puede evitar cierta melancolía. Me dije, a medida que pasaba el día: "Bueno, realmente quería decir lo que me dijo".
Llovió muy fuerte al día siguiente. Llegó el mediodía sin que supiera nada de él. Era evidente que ya no se acordaba de mí. Al atardecer cuando yo estaba sentada al borde de la galería, un niño apareció conun paraguas abierto en una mano y una carta en la otra. Abrí la carta y la leí con demasiada premura. El mensaje era: "La lluvia que hace crecer el agua". Esto me pareció más encantador que si me hubiese enviado muchos poemas."


LA MUJER JUSTA

"Ya te lo he dicho, nuestra vida se va mecanizando. Todo se enfría. Las habitaciones en las que vives siguen estanto a la misma temperatura, tu cuerpo se mantiene a treinta y seies grados y medio, y tu pulso sigue a ochenta pulsaciones por minuto., tu dinero está en el banco o invertido en la empresa familiar. Una vez por semana vas al teatro o a la ópera, preferentemente a salas donde representen comedias ligeras. En el restaurante pides comida ligera y mezclas el vino con agua mineral porque has apnedidio bien la lección y sigues todas las reglas para llevar una vida sana. Hasta aquí, ningún problema. Tu médico de cabecera, siempre que sea un hombre avisado y no un auténtico médio -las dos cosas no son los mismo-, después de la revisión semestral te estrechará la mano con satisfacción. Pero si tu médio es auténtico, es decir, inimitable e inevitablemente médico, como el pelícano no es más que un pelícano y el general es un general aunque no esté luchando en una guerra sino manejando una sierra de marquetería o resolviendo un crucigrama, entonces no se quedará tranquilo tras la revisión semestral, no te estrechará la mano satisfecho porque es inútil que el corazón, los pulmones, el hígado y los riñones funcionen de modo satisfactorio; es tu vida lo que no funciona bien. El ya advierte que el enfriamiento causado por la soledad, como los delicados instrumentos de navegación de un transatlántico detectan en el aire tórido y fragante de las zonas ecuatoriales el peligro que se acerca por el océano azulado, la muerte blanca, el glaciar. No se me ocurre otro símil, por eso repito lo del glaciar... Aunque también podría decir -es posible que a Lázár se le ocurrieran otras comparaciones- que el frío de la soledad es como el que se siente en verano en las casas cuyos habitantes se han ido de vacaciones: huele a alcanfor por todas partes, las alfombras y las pieles están envueltas en papel de periódico y, aunque fuera es verano y hace un calor abrasador, detrás de las persianas los muebles abandonados y las habitaciones sombrías han absorbido esa fría tristeza que hasta los objetos inanimados perciben: la melancolía que perciben, absorben e irradian todas las personas y las cosas que se han quedado solas."
La mujer justa
Sandor Marai

sábado, 11 de diciembre de 2010

EL LECTOR (III)

"El juez le preguntó si quería ampliar su declaración. Sin esperar a que la hicieran salir al estrado, se puso de pie y habló desde su sitio entre el público.
-Sí, tenía favoritas, siempre alguna de las más jóvenes, alguna chica débil y delicada. Las ponía bajo su protección y se encargaba de que no tuvieran que trabajar, las alojaba en sitios más cómodos y las alimentaba y las mimaba, y por la noche se las llevaba a su habitación. Les tenía prohibido contar lo que hacían con ella por la noche, y todas pensábamos que .. Estabamos convencidas de que se divertía con ellas y luego, cuando se cansaba, las metía en el siguiente envío. Pero no era así; un día, una de las chicas habló, y nos enteramos de qué sólo las obligaba a leerle libros, noche tras noche. No era tan malo como nos lo habíamos imaginado... Y también era mejor que tenerlas en la obra trabajando hasta reventar; debí de pensar que era mejor; si no no me habría olvidado tan facilmente. Pero ahora me pregunto si de verdad era mejor.
Y se sentó.
Entonces Hanna se volvió y me miró. Su mirada me localizó de inmediato, y comprendí que ella había sabido todo el tiempo que yo estaba allí. Se limitó a mirarme. Su cara no me pedía nada. Se mostraba, eso era todo. Me dí cuenta de lo tensa y agotada que estaba. Tenía ojeras, y las mejillas cruzadas de arriba abajo por una arruga que yo no conocía, que aún no era honad, pero ya la marcaba como una cicatriz. Al verme enrojecer, apartó la mirada y volvió a fijarla en el tribunal".

EL LECTOR (II)

"Mientras estaba enfermo, mis compañeros había leído  Emilia Galotti  e Intriga y amor, de Schiller, y teníamos que entregar un trabajo sobre esos libros. Así que tenía que leérmelos, pero siempre iba dejándalo para más adelante. Cuando por fin tenía tiempo para leer, ya se había hecho tarde y estaba cansado, de modo que al día siguiente no me acordaba de lo que había leído y tenía que volver a empezar.
-¡Léemelo!
-Léelo tú misma, te lo traeré.
-Tienes una voz muy bonita, chico. Me apetece más escucharte que leer yo sola.
-Uf..., no sé.
Pero al día siguiente, cuando fui a besarla retiró la cara.
-Primero tienes que leerme algo.
      Lo decía en serio. Tuve que leerle Emilia Galotti media hora entera antes de que ella me metiese en la ducha y luego en la cama. Ahora ya me había acostumbraado a las duchas y me gustaban. Pero con tanta lectura se me habían pasado las ganas. Para leer una obra de teatro de manera que los diferentes personajes sean reconocibles y tengan un poco de vida, hace falta un cierto grado de concentración. En la ducha me volvían las ganas. Lectura, ducha, amor y luego holgazanear un poco en la cama: ese era entonces el ritual de nuestros encuentros.
A veces incluso yo me animaba y me apetecía continuar leyendo. Cuando los días empezaron a hacerse más largos, pasaba más rato con la lectura, para seguir en la cama con ella mientras se ponía el sol. Cuando ella se dormía sobre mí y callaba la sierra del patio, cantaban los mirlos y los colores de los objetos de la cocina dejaban paso a tonalidades de gris más o menos oscuro, me sentía completamente feliz."

EL LECTOR

"En los días siguientes, la mujer tuvo turno de mañana. Llegaba a casa a las doce, y yo me saltaba cada día la última hora de clase pra esperarla en su rellano. Nos duchábamos y hacíamos el amor, y poco antes de la una y media yo me vestía rápidamente y echaba a correr. En casa se comía a la una y media. Los domingos se comía a las doce, pero ella también empezaba y acababa el turno más temprano.
Yo muchas veces habría preferido que no nos ducháramos. Pero ella era de una limpieza exasperante; se duchaba cada día al levantarse, y a mí me gustaba el olor que traía del trabajo: a perfume, a sudor fresco y a tranvía. Pero también me gustaba su cuerpo mojado y enjabonado; me gustaba que me enjabonase y enjabonarla a ella, y ella me enseñaba a hacerlo sin vergüenza, con naturalidad, con posesiva minuciosidad. También cuando hacíamos el amor ella tomaba posesión de mí con toda naturalidad. Su boca buscaba la mía , su lengua jugaba con la mía, me decía dónde y cómo quería que la tocase, y cuando me cabalgaba hasta el orgasmo, yo sólo estaba allí pra darle placer, no para compartirlo. No es que no fuera tierna y no me diera placer a mí también. Pero lo hacía por pura diversión, para jugar. Hasta que aprendía yo también a tomar posesión de ella.
Eso fue más tarde. Y nunca llegué a aprenderlo del todo. De hecho, durante mucho tiempo no lo necesité. Era joven y no tardaba en tener un orgasmo, y luego, cuando lentamente volvía a la vida, me gustaba que ella me poseyera. La miraba cuando la tenía encima, veía su vientre, en el que se dibujaba un profundo surco sobre el ombligo, sus pechos, el derecho ligeramente más grande que el izquierdo, su cara, con la boca abierta. Apoyaba las manos en mi pecho y en el último momento las levantaba bruscamente, se agarraba la cabeza y emitía un grito sordo, gimoteante, gorgoteante, que la primera vez me asustó y que luego empecé a esperar ansiosamente.
Después quedábamos agotados. Muchas veces se dormía encima de mí. Se oía la sierra en el patio y los gritos de los obreros que la manejaban, más ruidosos aún que ella. Cada vez que la sierra enmudecía, llegaba débilmente a la cocina el rumor del tráfico de la Bahnhofstrasse. (...)
-¿Cómo te llamas? -le pregunté el sexto  o séptimo día. Se había dormido encima de mí y acababa de despertarse. Hasta entonces, yo había evitado llamarla por su nombre, y también llamarla de tú o de usted.
-¿Para qué quieres saberlo? -replicó mirándome con desconfianza.
-Tu y yo ... Sé tu apellido, pero tu nombre no. Quiero saber cómo te llamas. ¿Qué tiene de ...?
Se rió.
-Nada, chiquillo, no tiene nada de malo. Me llamo Hanna."

jueves, 9 de diciembre de 2010

EL MALETÍN DEL MAESTRO

"He recorrido un largo camino,
el frío penetra mi ropa gastada.
Esta tarde el cielo está despejado,
¡cómo me duele el corazón!

Es un poema de Seihaku Irako que el  maestro me enseñó un día. Sola en mi habitación, leo en voz alta poemas que recitaba el maestro y también otros que no llegó a enseñarme. "Desde que usted murió he estado estudiando" susurro.
Suelo llamarlo en voz baja: "¡Maestro!" De vez en cuando oigo su voz que me responde desde algún lugar del cielo: "Tsukiko" Preparo el tofu hervido como él, con bacalao y cristantemo. "Algún día volveremos a vernos" le digo, y el maestro me responde desde el cielo. "No tengo la menor duda".
En noches como ésta, abro el maletín del maestro . En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende. Un enorme espacio vacío que crece sin parar."
El cielo es azul, la tierra blanca
Hiromi Kawakami

ALMAS

-¿Qué clase de gente sois?- nos preguntó el hombre bruscamente. Aún no había tocado la comida de su plato. Mientras cogía la cuarta botella de sake y vertía el contenido en el vaso, nos dirigió una vaharada de alchohol. Los pendientes que llevaba en la oreja centellearon.
-¿A qué se refiere?- inquirió el maestro a la vez que llenaba su propio vaso.
-Pues a eso. Pareceis gente bien -aclaró el chico riendo. Su risa era una extraña mezcla de varias cosas. Sonaba como si de pequeño se huebiera tragrado una rana por error y desde entonces fuera incapaz de reir a carcajadas.
-¿Gente bien? -repitió el maestro, en un tono algo más serio.
-Los que tienen pasta siempre ligan, aunque se lleven treinta o cuarenta años.
El maestro asintió con un movimiento brusco de cabeza y le dirigió al muchacho una mirada fulminante, que le cayó encima como un bofetón. No despegó los labios, pero yo sabía lo que estaba pensando: "Yo no hablo con tipos como tú". El chico también lo notó.
-¡Menuda marcha tiene el abuelete!
Aunque intuía que el maestro no estaba dispuesto a hablar con él, o quizás precisamente por eso, el chico siguió hurgando en la llaga.
-¿Qué tal lo hace el viejo? -me preguntó en un tono de voz demasiado alto. Observé al maestro por el rabillo del ojo, pero no era hombre que se escandalizara con insinuaciones de esa clase.
-¿Cuántas veces al mes os lo montais?
-Ya basta, Yasuda -intentó detenerlo el dueño del local.
                                                                                      El cielo es azul, la tierra blanca
                                                                                         Hiromi Kawa

miércoles, 8 de diciembre de 2010

BIEN CONTADA, LA MUERTE NO ES UN CHISTE MALO.

La casa del señor y la señora Pang es el lugar donde puedo descansar de ser la hija de alguien. Los días que paso aquí, una semana en verano y otra en invierno, son los únicos momentos en que no vivo bajo el mismo techo que mi madre, que es profesora. Ser hija es muy complicado, un cargo al que no se puede renunciar. El cielo perdona al niño que sueña con ser húerfano mientras sus padres se desloman para darle una vida mejor. Para una persona con padre y madre como yo, no hay vida que le parezca mejor que la de un huérfano. No sé cuántas veces habré soñado que estaba sola en la calle, vestida con harapos que me venían pequños y con los tobillos y las muñecas congelados y morados. En mi sueño canto al viento con voz temblorosa sobre la tristeza que asola el mundo. Después de una canción que parte elcorazón, hago una reverencia al público y ellos dejan caer una lluvia de monedas en mi cestita de cantante callejera, los hombres suspiran y las mujeres se secan las lágrimas con la punta de los dedos.
-Qué bien cantas. Otra más, Capullo.
Los hijos del señor y la señora Song siempre me sacan de mi ensimismamiento con sus aplausos. Estoy en medio del patio de la señora Pang, con mi nuevo abrigo de conejo, de pelo suave y blanco como la nieve, y con unas orejas largas tan endebles que no se aguantan derechas y descansan sobre mi frente como si tuviera un doble flequillo. aparto las orejas a unlado y me sonrojo de emoción. No me llamo Capullo; ese es el nombre de una célebre heroína que interpreta mi actriz favorita, Chen Chong. Sólo tiene dieciséis años, pero ya es la actriz más famosa del país. Me sonríe todas la mañanas desde el calendario que tengo junto a la cama.
-Vamos - me anima el mayor de los cuatro chicos- ¿Quieres ser un capullo?
                                                                                               
                                                               "Los buenos deseos"   Yiyun Li

martes, 7 de diciembre de 2010

LOS BUENOS DESEOS - YIYUN LI

"Abuela Lin deambula por la calle una tarde de noviembre, con una fiambrera de acero inoxidable en una mano. En la fiambrera lleva un certificado oficial de su centro de trabajo. "Por la presente, certificamos que la camarada Lin Mei se ha retirado de manera honorable de la fábrica de prendas de vestir Estrella Roja de Pekín", dice el certificado en pomposos y dorados caracteres.
Lo que no dice es que la fábrica de prendas de vestri Estrella Roja ha quebrado ni que, al haberse retirado de manera honorable,  Abuela Lin no tendrá pensión. Por supuesto, la fábrica nunca facilitará esta información, dado que estos hechos son lisa y llanamente falsos. No se puede aplicar lapalabra "quiebra" a una industria de propiedad estatal. "Reestructuración interna" es lo que han tenido la gentileza de omitir en el certificado. Y hay que tener en cuenta que solo se retiene la pensión de Abuela Lin de manera gtemporal, aunque de momento la fábrica ignora por cuanto tiempo.
-Siempre se encuentran caminos al adentrarse en la montaña- sentencia Tía Wang, vecina de Abuela Lin, al enterarse de esta última.
-Y donde hay un camino, hay un toyota.
A Abuela Lin se le escapa la segunda parte del anuncio del Toyota sin querer.
-Ahí lo tienes, Abuela Lin, sé que eres una persona optimista. Si sigues tan positiva, encontrarás tu Toyota.