"Durante años había relegado el olvido la palabra "partida", como un mago trataría de olvidar a propósito un maleficio fatal. El despegue del F104 sería decisivo. Esa cota de los 10.000 metros que los viejos cazas Zero alcanzaban en quince minutos sería alcanzada ahora en apenas dos minutos. La g positiva se dejaría notar en mi cuerpo; mis órganos vitales no tardarían en ser machacados por una mano de hierro y mi sangre se volvería pesada como polvo de oro. La alquimia de mi cuerpo estaba a punto de empezar.
Enhiesto falo de plata, el F104 apuntó al cielo en ángulo recto. Solitario, como un espermatozoide, yo iba instalado dentro. Pronto iba a saber cómo se sentía el espermatozoide en el momento de la eyaculación.
Las más lejanas, las más externas, las más periféricas sensaciones del tiempo en que vivimos están ligadas a g, el concomitante inapelable del vuelo espacial. Casi con toda certeza, los extremos más remotos de las sensaciones cotidianas tienen que ver con g. Vivimos en una época en la que lo esencial de lo que antes llamábamos "psique" se reduce a g. Todo amor y todo odio que de alguna manera no anticipen la g no pueden tenerse por válidos.
g es la fuerza física compulsiva de lo divino; y sin embargo comporta una embriaguez que está en el extremo opuesto de la embriaguez, un límite intelectual que está situado en el extremo opuesto al límite exterior del intelecto.
El f104 despegó; su morro fue empinándose, cada vez más. Apenas me había dado cuenta, ya estábamos penetrando en las nubes más cercanas.
Quince mil pies, veinte mil. Las agujas del altímetro y del velocímetro danzaban como pequeños ratones blancos. Mach 0,9: casi la velocidad del sonido.
Por fin llegó g. pero lo hizo con tal suavidad que fue más agradable que doloroso. Por un momento noté el pecho vacío, como si lo hubiera atravesado un alud sin dejar nada a su paso. Mi campo visual quedó monopolizado por el cielo, azul con un ligero toque gris. Era como darle un buen mordisco al cielo y tener que deglutir un pedazo. Mi mente estaba tan alerta como siempre. Todo era majestuso, y la superficie del cielo azul aparecía salpicada del espermático blanco de las nubes. Puesto que no estaba dormido, decir que desperté sería erróneo. Lo que experimenté fue más bien un "despabilacimiento", como si hubieran arrancado bruscamente otra capa a mi estado de vigilia, dejando mi espíritu indemne, no mancillado aún por mi contacto. A la pródiga luz que entraba por el parabrisas, apreté los dientes contra el júbilo desnudo. Mis labios, no me cabe duda, se estiraban en un gesto de dolor (...) El tubo de plata que flotaba en el cielo era, por así decir, mi cerebro, y su inmovilidad el modo de mi espíritu. El cerebro no estaba ya protegido por heusos inflexible, sino que se había vuelto permeable, como una esponja que flotara en el agua. El mundo interior y exterior se habían invadido mutametne, habían devenido completametne intercambiable. Este reino de nubes, mar y sol poniente era el panorama majestuoso, como jamás había visto, de mi mundo interior. Y al mismo tiempo, todo cuanto ocurría dentro de mí se había escurrido de los grilletes de la mente y el sentimiento, convirtiéndose en grandes letras grabadas de manera espontánea en el firmamento."
El sol y el acero
Mishima
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