sábado, 11 de diciembre de 2010

EL LECTOR (III)

"El juez le preguntó si quería ampliar su declaración. Sin esperar a que la hicieran salir al estrado, se puso de pie y habló desde su sitio entre el público.
-Sí, tenía favoritas, siempre alguna de las más jóvenes, alguna chica débil y delicada. Las ponía bajo su protección y se encargaba de que no tuvieran que trabajar, las alojaba en sitios más cómodos y las alimentaba y las mimaba, y por la noche se las llevaba a su habitación. Les tenía prohibido contar lo que hacían con ella por la noche, y todas pensábamos que .. Estabamos convencidas de que se divertía con ellas y luego, cuando se cansaba, las metía en el siguiente envío. Pero no era así; un día, una de las chicas habló, y nos enteramos de qué sólo las obligaba a leerle libros, noche tras noche. No era tan malo como nos lo habíamos imaginado... Y también era mejor que tenerlas en la obra trabajando hasta reventar; debí de pensar que era mejor; si no no me habría olvidado tan facilmente. Pero ahora me pregunto si de verdad era mejor.
Y se sentó.
Entonces Hanna se volvió y me miró. Su mirada me localizó de inmediato, y comprendí que ella había sabido todo el tiempo que yo estaba allí. Se limitó a mirarme. Su cara no me pedía nada. Se mostraba, eso era todo. Me dí cuenta de lo tensa y agotada que estaba. Tenía ojeras, y las mejillas cruzadas de arriba abajo por una arruga que yo no conocía, que aún no era honad, pero ya la marcaba como una cicatriz. Al verme enrojecer, apartó la mirada y volvió a fijarla en el tribunal".

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